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    En los abismos del alma

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    Die Verdorbenen" de Michael Köhlmeier - Un baile con el mal

    Hay libros que no sólo se leen, sino que se inhalan. No se pueden dejar, sino que se instalan en la mente como un huésped no invitado. Los mimados de Michael Köhlmeier es una de esas obras: una oscura incursión por un mundo en el que la moralidad ya no es un sistema de coordenadas fijo, sino algo que parpadea en la niebla, a veces visible, a veces engullido. Un libro que no encaja en los mecanismos de la literatura de suspense clásica porque no ofrece una dirección clara, ni respuestas reconfortantes, ni siquiera un culpable claro.

    Bienvenidos a Marburgo en los años setenta. Nada de romanticismo, nada de nostalgia, nada de luz cálida en las fachadas de la élite académica. La ciudad de Köhlmeier no es un telón de fondo de agitación, sino un escenario de entropía interior. Los que viven aquí no se rebelan, sino que simulan, un espectáculo en el que las poses de izquierdas hace tiempo que han degenerado en fórmulas vacías ritualizadas. Entre las pilas de libros y los debates teóricos no acecha la resistencia, sino el cansancio. Y en medio de todo: Johann. Un provinciano con ambiciones literarias, varado a la sombra de las grandes ideas. Un protagonista que no lo es: un observador, un antihéroe, un antropólogo entre gentes que hace tiempo que han dilapidado su revolución. Una triangulación tóxica se desarrolla entre él, la misteriosa Christiane y el instintivo Tommi, cuya inevitable catástrofe está en el aire desde el principio.

    El lenguaje de Köhlmeier es frío y claro, casi diseccionador. Cada frase es un cuchillo de precisión que corta más profundamente en la psique hasta que sólo queda el pensamiento en bruto. "Mata a un hombre una vez en la vida": Johann expresa este pensamiento de forma despreocupada, casi como una nota al margen de un cuaderno de seminario. Pero esta banalidad es la verdadera arma de la novela: el mal no es espectacular, es casual, casi aburrido de sí mismo. No tiene lugar como una catástrofe eruptiva, sino que se filtra insidiosamente en las almas de los implicados, permaneciendo allí como un virus latente que no se despliega en ningún momento concreto, sino inevitablemente.

    Mientras que el Jean-Baptiste Grenouille de Patrick Süskind en El perfume Mientras que el autor comete sus asesinatos con frío cálculo y lógica obsesiva, aquí lo monstruoso sucede con inquebrantable aleatoriedad. No se trata de una gran tragedia, ni de una realización dramática, sino de una trama tan simple y carente de sentido que resulta inquietante precisamente por ello. Köhlmeier crea un experimento moral que lanza a sus personajes por un universo en el que la causalidad y la ética ya no son parámetros fijos.

    Lo que queda es una historia que se niega a ofrecer explicaciones. El viejo Johann mira atrás, reconstruye, intenta comprender, pero las respuestas se le escapan. Y a nosotros. Porque el mayor truco de Köhlmeier es enfrentarnos a una posibilidad incómoda: Tal vez no haya razones profundas para el mal. Quizá simplemente esté ahí. Poco espectacular. Más banal de lo que desearíamos.

    Los mimados no es una novela negra, ni una tragedia clásica, ni un tratado de crítica social: es un bisturí intelectual que corta en la carne de nuestras convicciones. Köhlmeier nos obliga a mirar al abismo, y un poco más allá. Y quien busque una respuesta sencilla sólo se encontrará a sí mismo.

    Una novela que resuena, no porque nos enseñe, sino porque nos deja con una pregunta inquietante: ¿Y si el mal no es excepcional? ¿Si no es más que una parte indiferente de nuestro mundo?

    Y ésta es precisamente la esencia de la obra de Köhlmeier. No hay solución, no hay final catártico. Sólo existe el pensamiento imparable e incómodo que se instala en el lector como un oscuro presentimiento. Quizá la verdadera tragedia no sea el mal en sí, sino nuestra incapacidad para comprenderlo.

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